El ejemplo más citado es la paloma. En 1948, el psicólogo conductista Berrus Frederick Skinner demostró que los vínculos casuales entre un ritual y un resultado favorable pueden inducir un comportamiento supersticioso sostenido en estos animales emplumados.
El experimento consistió en un grupo de palomas hambrientas que eran alimentadas por una máquina a intervalos cada día. Los observadores observaron que, mientras esperaban una golosina, algunas aves se comportaban de forma extraña, por ejemplo, realizaban repetidamente las mismas acciones inusuales. Resultó que, efectivamente, habían desarrollado supersticiones: estaban convencidos de que determinados movimientos y acciones les llevarían a obtener una recompensa.